En memoria de Silvia, Juan y Victoria, mis tres estrellas que hoy iluminan y guían mi camino y me motivan a  sermejor persona.

MIS TRES LUCEROS DEL ALMA

He sido una “mamá añosa” un término que siempre he odiado, aunque que no hace más que reflejar una realidad social y familiar actual: el traslado de  la maternidad a otras décadas por la inestabilidad laboral, económica y afectiva que dificulta formar familia en una década más temprana. Soy producto de dedicarle muchos años a estabilizarme en mi profesión (enfermera), a la dificultad de encontrar una pareja afín con los mismos objetivos, a conseguir suficiente madurez personal que me haga fuerte ante la adversidad… y aunque la ciencia aporta muchas opciones para ser máma hoy día, yo establecí mis propios límites de no rebasar determinadas líneas de tratamiento para ello, y quería hacerlo en pareja (por creencias, convicciones y esencia). Decir que mi estabilidad laboral, económica, buen nivel de madurez y estabilidad afectiva llegó con casi 38 años.

Mi primer embarazo fue con 40 años. Me quedé de forma natural, no lo buscaba ni lo esperaba. Con mi pareja no tenía demasiado consenso al respecto. Así que no fue una noticia que a los dos nos afectara de la misma manera. Yo fui la única FELIZ (así con mayúsculas) por la buena nueva. Formo parte de una “familia reconstituída” (mi pareja es un hombre divorciado con dos hijas de su anterior matrimonio) y, sin entrar en detalles, nunca me faltó su apoyo, pero el de nadie más porque lo viví en la intimidad de la pareja, sin decir nada a nadie hasta que avanzara un poco la gestación. Indescriptible llevar algo tan importante y trascendente  en absoluto silencio. No lo recomiendo. A las 12 semanas mi hija Silvia decidió partir. Mi única comunicación al entorno fue decir que el mismo día que falleció Silvia me enteré del embarazo, pues tuvieron que hacerme un legrado y tuve que darme de baja, así que se imponía dar una breve explicación del suceso a mi entorno más cercano por razones obvias. Esta primera gestación y posterior desenlace lo viví con absoluto fracaso, culpa, tristeza… y lo silencié y mi entorno también, por lo que  no hice un duelo sano del mismo. Tengo que pedirte PERDÓN Silvia por ocultarte desde el principio, y tengo que darte LAS GRACIAS porque me unió aún más a su padre, el amor de mi vida, que estuvo ahí arropándome y que me regaló su cambio de actitud con respecto a otra nueva maternidad/paternidad, y a ponernos en camino de manera abierta y emocionalmente más sana. Y unos meses más tarde, con 41 años y también de manera natural, vino la noticia de mi segundo embarazo, mi hijo Juan. Esta gestación la viví de otra manera, tuve mucho apoyo desde el principio, no lo oculté, al menos no demasiado, estaba exultante, llena de vida, de ilusiones, de proyectos… Sabía que Silvia me ayudaría, porque Juan no ocuparía su lugar, ella siempre sería mi primogénita, y entendería que su hermano Juan venía a traerme la segunda gran dicha de mi vida. Pero empecé pronto a “manchar” y aun teniendo latido, lo que se inició como una “amenaza de aborto” (días agónicos de reposo e incertidumbre) se convirtió en “aborto diferido” a las 8 semanas de gestación. Otro fatal desenlace. Viví el segundo legrado con más entereza y pensaba que el afrontamiento y superación del fallecimiento de Juan sería más sano que el de mi primera hija. Ilusa de mí. Me di cuenta de que no superé la muerte de Silvia, ni siquiera inicié un duelo sano, y la partida de Juan sólo vino a incrementar un terrible y largo proceso de duelo que también viví en silencio. Quise morir, y lo digo así de crudo. La profunda tristeza en la que me sumí me paralizó, tal cual. Ahí comenzó mi “periplo de intento de sanación“ buscando ayuda: psicólogos con diversas terapias (terapia de conversación, cognitivo conductual…), múltiples pruebas medicas buscando la causa de mis abortos, me dediqué a estudiar una segunda carrera (Psicología)… Me volqué en mi trabajo, en el deporte, salía más que nunca, organizaba eventos… No sirvió de NADA, o al menos de muy poco. Mi  complicada vida en “familia reconstituida”, mi edad para la maternidad que jugaba en contra, mi entorno social y familiar que minimizaba o anulaba este tipo de fallecimientos tempranos , la falta de tacto de algunos de los profesionales que me trataron, el estrés que supuso hacer una segunda carrera, el ser la cuidadora principal de mis padres (dos personas con un nivel creciente de dependencia…) vinieron a enfermar mi duelo… y todo ello en silencio. Cambió mi forma de ser, me convertí en una mujer triste con deseos de acabar con todo. Estuve tan mal que a mi pareja ya no le di más opciones que renunciar a intentarlo de nuevo por las posibles implicaciones psicológicas si volvía a perderlo.Él estuvo apoyándome en todo momento, pero llegué a un punto en que ni eso me servía. Día tras día sobrevivía, pero estaba herida y no sanaba. Y año y medio más tarde, ya con 43 años, nuevamente sin buscarlo (no estábamos en esa disposición), me volví a quedar embarazada también de manera natural (doy fe de que los métodos anticonceptivos  a veces fallan). Mi tercera hija, Victoria, mi tercera gran dicha, cuyo nombre hace gala a lo que representa, una victoria, un milagro, caída del cielo, y así me lo tomé. Pero este nuevo embarazo no supuso la medicina que me curaría de la partida de mis otros dos hijos anteriores, aunque, por ella, me propuse firmemente reponerme y ser positiva. Nuevamente hubo sentimientos encontrados, una gestación no esperada por un lado, y muy deseada por otro  (mi lado). Y… en poco tiempo empecé a manchar, también fue amenaza de aborto, y de nuevo, tras varios días agónicos de espera, aborté en la octava semana de gestación. Todo se repitió.

Busqué nueva terapia psicológica (EMDR), me volví a focalizar en otras cosas… pero una y otra vez el sentimiento de pesar, de quebranto, la profunda tristeza… silenciada, porque de cara a la galería no mostraba toda esta crudeza. Tan sólo mi pareja (mi gran pilar) era conocedor de ella y me ha apoyado como ha podido/sabido hacerlo. Nadie te prepara para algo así.

Ya no ha ocurrido ninguna vez más. Mi capacidad reproductiva se fue con mi tercera hija. Posterior a mi tercer aborto me vino una menopausia precoz (a los 43 años) y tuve que afrontar también esta circunstancia.

No me arrepiento de nada, salvo de destruir todos los informes, ecografías, cartillas de embarazo … en definitiva, todo lo concerniente a mis tres hijos para “no sufrir”. Nada más lejos de la sanación. Si no lo hubiese hecho hoy tendría mi caja de recuerdos con todas esas cosas… Busqué ayuda, aunque con el tiempo te das cuenta de que hay poco conocimiento respecto a este tipo de duelos. En internet, por aquel entonces, a penas empezaban a germinar asociaciones de apoyo… Pero en 2019, en unas jornadas de Enfermería Científica a las que asistí, conocí a MATRIOSKAS, a partir de un proyecto de investigación sobre Protocolo Unificado de Duelo Perinatal, y entré a formar parte de esta gran familia que me dio voz, luz, respuestas, apoyo y la oportunidad hasta entonces inconcebible de ponerle hoy el nombre a mis hijos y llamarme a mí misma y sentirme madre, aunque no los haya tenido en mis brazos. En definitiva, la posibilidad de romper ese silencio que me consumía por dentro.

Con el tiempo y el apoyo empático de esta asociación (y un poco por todos los demás recursos que empleé) he podido transitar mi dolor y convertirlo en amor. Ahora pienso en mis hijos y sonrío porque ellos me han cambiado la vida, la perspectiva de las cosas importantes, me motivan para ser mejor persona y me han abierto esta vocación de dedicar lo poco o lo mucho que sé al respecto para ayudar a otras familias que estén en una situación parecida.

Aún sigo en el camino de adaptarme a no tener el proyecto de vida soñado, y sigo aprendiendo a vivir el presente, con lo que tengo y no con lo que me falta… aunque los días bajos existen y existiràn y sentirte arropada y comprendida es mi medicina.

Maribel, mamá de Silvia, Juan y Victoria

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