Martín

Buenas, ante todo deciros que me cuesta todavía recordar mi experiencia, sigo deseando y creo que desearé toda mi vida que esto que nos ha pasado a todas fuese una pesadilla, pero por desgracia no es así y tenemos que aprender a vivir con ello en nuestra alma.

Perdonad que no me he presentado, me llamo Manuela y cuando me quedé embarazada tenía 29 años, mi primer embarazo, mi primer hijo. Cuando me entere estaba súper asustada porque tenía el miedo que no saliese nada bien, ya que se supone que lo malo sale siempre en las primeras semanas, pero pasaron las semanas y cada revisión me decían que estaba todo correcto y mi bebe estaba sano.

Todo iba genial, un embarazo perfecto, sin nauseas, sin vómitos, sin malestares solo mucho sueño y ganas de comer, todo el mundo me decía que suerte tenía al tener un embarazo así.

Llegamos al quinto mes y me dijeron en la revisión que era un nene, recuerdo la cara que se le quedó a mi pareja, sus ojos brillaban de la emoción y alegría, le pusimos del tirón el nombre: Martín, como su abuelo paterno.

Pasaba las semanas y todo iba genial, contábamos los días para volverlo a ver aunque sea a través de una pantalla.

En la semana 36 de embarazo mi bebé estaba de culo y tenía poco espacio, el ginecólogo decidió programarme la cesárea para la semana 39 de gestación, solo nos quedaban 3 semanas para poder tenerlo en nuestros brazos y por fin poder abrazar y besarlo.

Llego la semana 38 en concreto un 29 de noviembre, ese día para mí será el peor de mi vida, tocaba monitores, la noche anterior Martín se puso a jugar con su padre desde la barriga, parece que estaba despidiéndose de él y de mí pero no quería que nosotros sufriéramos porque yo no note nada raro esa madrugada, en fin, me levante súper nerviosa como cada revisión y me fui para el hospital para monitores con mi madre, cuando llegué me pasaron al momento a monitores y allí comenzó mi pesadilla y dolor.

El matrón no conseguía coger el latido de mi hijo y el me decía tranquila que la maquina seguro que esta estropeada, vamos a ir a ginecología a hacerte una eco y veras que no es nada y la máquina está estropeada, yo tan inocente le creí, entre en la consulta y al mirarme la ginecóloga la eco se dieron cuenta de la verdad, mi hijo ya no tenia latido, en ese momento se me cayó el mundo encima, me quise morir, cerrar los ojos y desaparecer, despertar de esa maldita pesadilla, con la ira y los nervios comencé a gritar y a decirle a la doctora que mirase otra vez que no podía ser, que la noche anterior lo había notado jugando con su padre, y acto seguido le di un puñetazo al monitor, me internaron y lo peor que me tocó hacer fue llamar a su papá para decirle que nuestro bebé había fallecido, saqué las fuerzas de donde pude y lo hice. Ha sido la llamada mas amarga de mi existencia.

Me volvieron a mirar y efectivamente me enseñaron el corazón parado de mi bebé, me comentaron y prepararon para tenerlo natural, porque por cesárea no podía, era mucho riesgo para mí.

Me pasaron a la zona de paritorio, y allí durante 24 horas estuve dilatando, gracias a Manuel, mi matrón, me lo hizo todo mas fácil dentro del desconsuelo.

Llegó la mañana del sábado y con ello el momento de parir, fue fácil dilate 10 cm y medio ya que lo tenía que sacar de nalgas, también decir que tuve un parto de riñones que son más dolorosos, pero saqué toda la fuerza posible y empujé tan fuerte como pude.

Salió mi bebé de mí y mi matrón me dijo: ¿quieres verlo?

Sin pensármelo mas veces le dije que sí, me lo preparó en su mantita, le limpió su carita y me lo puso en mi pecho. Lo primero que pensé ya te tengo conmigo mi vida, despierta mi niño que mamá quiere escucharte y verte feliz mi amor.

Era y es precioso, con unos labios carnosos, la cara igualita a su papá, grandecito, y para mí lo mejor de mi vida, en ese momento me di cuenta que tenía en mi pecho el amor de mi vida y a su vera el hombre que amo y amaré por siempre.

Tonta de mí, creía que cuando saliese al tenerlo en mi brazos comenzaría a llorar y todo quedaría en un susto pero no fue posible no lloró, se quedó dormidito para siempre en mi pecho y buscó un hueco en mi corazón para toda la eternidad. En un momento se congeló el tiempo solo estábamos mi bebé y yo, puedo decir que en ese instante supe lo que es el amar con toda tu alma, era y es mi bebé, y eso nadie me lo puede quitar de mi.

Lo peor fue cuando volví a la maldita realidad, la gente te pregunta, la gente te mira raro, te esquivan, etc… como si fueses un bicho raro.

Volví a mi casa, entré en su habitación y me di cuenta que estaba con las manos vacías, ese momento de ver su cuna y su cochecito vacío, su ropita en sus cajones bien dobladitas, comprendí lo que estaba pasando, mi bebé no estaba en ese momento, y eso es muy duro, porque en esos momentos piensas como puedo tirar hacia adelante, como hago para levantarme y seguir sin mi bebé.

Han pasado 3 meses y todavía tengo mis bajones gordos, pero tengo que decir que gracias a la asociación de Matrioskas, estoy levantándome cada día, he podido comprender por fin que mi bebe Martín está con su abuelo en el cielo, él me cuida a mí desde arriba, mi bebé estrella, sigue siendo mi razón de existir.

Si no fuese por mis comadres, mi pareja y parte de mi familia os puedo asegurar que no estaría escribiendo esto.

Gracias por haber leído y haberme ayudado tanto, sin ustedes mi vida no sería igual.

Te amo mi Martín, mi amor.

Manuela García

Mamá de Martín

Mi bebé María

Mi nombre es Rocío Rosano García, tengo 35 años y natural de Cádiz. Soy la mamá de María,
un bebé que nació el día 19 de febrero de 2019, con 37+4 semanas, en el hospital Puerta del
Mar (Cádiz). María pesó 2,440 kg y midió 46 cm.

El 11 de julio de 2018 recibo la noticia que estoy embarazada, después de casi 2 años de
búsqueda, me quedé bloqueada, sin hablar y no me imaginaba lo que mis ojos veían en esos
momentos. Fue un embarazo buenísimo de salud y radiante de felicidad.

Desde la primera semana hasta la semana 37 fue todo perfecto; todas las revisiones, visitas a
matronas, ecografías (tanto en la sanidad pública como privada). Únicamente en la ecografía
de la semana 32 en el Hospital de La Línea de la Concepción, la ginecóloga Mari Carmen
Escamez me comentó que venía un poco más pequeña de lo normal, pesaba 1,785 kg
(percentil 38).

 Antes de soltar lo que me dijo, ella no paraba de mirar unas curvas que estaban pintadas en el ecógrafo y le pregunté que era y me dijo es el flujo de la sangre a través del cordón, de nuevo pregunté asustada si estaba todo bien y me contestó que todo perfecto. En mi opinión, fue la única que se percató que algo no iba bien pero no le tomó importancia. A las 15 días, en la semana 34, fui a mi ginecólogo privado Cuevas Palominos del hospital Quirón del Campo de Gibraltar en Algeciras, se lo comenté todo y me dijo que él no me hubiese dicho nada, porque ese peso y percentil es bajo, pero dentro de la normalidad. Por lo tanto, me quedé tranquila. En esta semana 34, mi bebé ya pesaba 2,185 kg.

El lunes 11 de febrero, estaba en la semana 36+3, llego al trabajo y me encuentro un email de la mutua en el que me deniegan la baja por riesgos laborales a las 37 semanas. Ahí empezó mi calvario y me expreso así porque a partir de ahí, todo salió mal. Solo comenté a mi jefe y encima me hizo hacer una reclamación y su intención era que siguiese trabajando hasta que contestaran. Mi enfado era tremendo porque llevaba todo el embarazo trabajando, sin faltar ni un solo día, además de soportar un cambio de categoría en el contrato (de Ingeniera de Estudios a Auxiliar de Administrativo, solo por el hecho de estar embarazada). Tenía claro que el viernes de esa semana, el día que cumplía las 37 semanas, me iba a casa. Pero mi jefe seguía insistiendo en la reclamación y entonces fui a urgencias del Hospital de La Línea diciendo que me dolía muchísimo las lumbares. Allí me hicieron un tacto, me pusieron las correas y estuve un buen rato escuchando por última vez a mi niña María (cuantas veces pienso, si ese día me hubiesen hecho una eco, además estaba de guardia la misma ginecóloga, hubiese visto que su peso era menor que el normal, y hubiese nacido viva).

El viernes 15 de febrero, estaba en la semana 37, terminé de trabajar, y me trasladé de la casa de la Línea de la Concepción donde actualmente resido a la casa que tenemos en Chiclana porque siempre tuve claro que mi niña nacería en el hospital Puerta del Mar. Hasta ahí bien, cansada de toda la semana, pero normal.

El sábado por la mañana bien temprano, noté por última vez a mi niña. Me levanté de la cama y le comenté a mi marido que estaba cansada y que no iba a quedarme en casa terminando la habitación (parecía que me olía algo). Me fui a casa de mis padres a comer y ese día me notaba muy triste, no la sentía…Fue increíble como la pena ese día me invadía sin decir nada a nadie para no asustar ni alertar de nada. Me fui con mis sobrinas de compras y a un parque, y a  medida que pasaban las horas, seguía sin notarla pero me imaginé que estaba muy cansada de toda la semana, nunca me imaginé nada así pero si me seguía sintiendo triste (notaba como que algo que iba a ocurrir).Por la noche, llegué a casa y seguía igual sin moverse.

A la mañana siguiente, sin levantarme de la cama, le comenté a mi marido que seguía sin notar a María, me dijo por favor Rocío no empieces con tus cosas, toma algo de chocolate y verás cómo se va a mover. Después de tomarme varias onzas, la llamaba, me tocaba la barriga y ella no respondía. Mi marido me planteó de ir al hospital y le dije que no (tenía mucho miedo pero veía que algo estaba pasando), que esperaría a echar el día a ver qué pasaba. Él se volvió a Baeza, donde actualmente reside por motivos profesionales, y yo me fui al campo con la familia. Nada más llegar allí, toda la familia me esperaba muy felices de verme y ya les comenté que estaba mosqueada desde el día anterior, porque no notaba a mi niña. Me comentaron que ya por último, no se suele mover mucho porque estaría encajada y demás, pero yo le decía, si hasta el viernes se movía muchísimo y a todas horas (en mi cabeza no entraba que de un día para otro, no tuviese demasiado hueco para moverse).

Eché todo el día y a la noche, me quedé a dormir sola en mi casa de Chiclana. El lunes tenía que ir al centro de salud para hacer mi traslado, solicitar un médico de cabecera y una matrona, que me tenía que dar cita para monitores porque la ecografía de las 38 semanas, me volvería a la Línea a hacérmela.
Ese lunes 18 de febrero, fui al Centro de Salud “El Lugar” en Chiclana de la Frontera y lo primero que hice es coger número para urgencias y contarle que me pasaba. Solicité que me viese la matrona porque no sentía la niña. La administrativa me miró con cara extraña y le dije, si soy primeriza pero ésto no es normal, y por eso vengo y su respuesta fue la siguiente: la matrona tiene cita concertada y ella no estaba para esas cosas. Me dio directamente cita con el médico de urgencias, éste me escucho y me dijo que no me podía derivar a la matrona y que me fuese para el hospital. Me derrumbé y ahí que fui al hospital de Puerta del Mar.

Llamé a mi familia, nadie en ese momento contestaba, hasta que localicé a una de mis hermanas pequeñas y la recogí en San Fernando y nos fuimos para el hospital. Ya de camino, mi padre me devolvió la llamada y allí que llegó antes que nosotras.
Entramos los tres por urgencias, y corriendo a la tercera planta. Fue abrir la puerta, escucharme decir, no noto a mi niña y me llevaron 3 o 4 enfermeras, no recuerdo muy bien, a una de las salas de dilatación. En ese momento, me llamó mi marido y le dije que estaba en el hospital de Cádiz, y que me iban a tumbar en la cama y que lo llamaba en cuanto que me dijesen algo. Me tumbé en la cama y me pusieron un doppler y enseguida me di cuenta, que no se escuchaba nada. No me acuerdo si pregunté pero creo que sí, y dije: “no se escucha”. Ellas se miraron unas a otras y enseguida capté que algo no iba bien y dijeron llamar al médico.
Tardó segundos en aparecer el ginecólogo con unos residentes, en total, eran 6 o 7 personas.

Fuimos para el ecógrafo, me tumbé y el ginecólogo (que no recuerdo su nombre, era alto, rubio y joven) me puso el ecógrafo, miraba y miraba y cuando llevaba un rato de nada, le pregunté: “y los latidos, no se escucha”, y me dijo: “se ha parado”. Me volví loca, gritaba, lloraba, la nombraba a voces, etc. (cuantas veces me viene a la mente ese momento). Le dije al ginecólogo que me cogiese la mano. Enseguida me preguntaron si venía sola, y pasaron a mi padre y a mi hermana, y le dieron la noticia junto a mí. Se volvieron locos, mi padre lloraba y gritaba: “pero porqué, qué hemos hecho nosotros “ (se sentía tan desgraciado, porque ya mi  hermano se fue al cielo hace 12 años y medio, con 21 años de una endocarditis aguda). Nos dejaron un buen rato solo los tres, no paramos de llorar, yo en ese momento, le dije a mi padre, por favor, papa no te pongas así, que te puede dar algo.

Al rato, vino el ginecólogo y le dije que tenía que llamar al padre que estaba fuera y tenía que coger carretera. Me armé de valor, y ahí llamé a mi marido. Recuerdo perfectamente decir llorando, casi sin voz: “Jacobo, la niña se ha parado” y su contestación fue: “que dice, de verdad”, no se lo podía creer ni yo tampoco. Le pedí por favor, que tuviese cuidado por la carretera. Seguidamente, también llamé a mi prima Carmen para que avisara a mi madre y a mi hermana mayor y se viniesen corriendo.
Pasado un buen rato, el ginecólogo nos sentó a los tres allí mismo y nos explicó todo el protocolo a seguir. Lo primero que le dije, que yo no quería tenerla, que por favor, me hicieran una cesárea, y me dijeron que era mejor para mi recuperación (e imagino también que psicológicamente sería mejor el parto inducido, que dejar una cicatriz en tu cuerpo de una historia con final trágico). Me estuvo haciendo varias preguntas y yo muy colaboradora porque aún no creía que el tema iba conmigo. Él seguía escribiendo en el ordenador y en un momento, recuerdo que dejó de hacerlo y le pidió a una de las enfermeras que llamara a planta para pedirme una habitación aislada.

A continuación, me pasaron a una habitación de dilatación apartada dónde estuve acompañada en todo momento de mis familiares. En esa habitación recuerdo que fueron unas horas hasta subir a planta.
A medida que fueron entrando matronas allí, se fueron presentando y me trataron muy bien aunque yo no recuerdo ahora mismo el nombre de ninguna, solo de las que me ayudaron en el parto.
A continuación, me llevaron a la última habitación del pasillo de la planta 6 a mano izquierda.   Al rato de estar allí, llegó mi marido desde Baeza y recuerdo perfectamente su cara desencajada, roto de dolor, llorando (en casi 10 años nunca lo ví llorar) y solo recuerdo que nos quedamos solos en la habitación llorando amargamente…

A las 5 de la tarde, me pusieron unas pastillas vaginales para empezar con el parto inducido. Y así cada 3 horas, me daban dos pastillas que eran una “bomba”, porque en el momento no notaba nada pero a lo largo de la noche, los dolores fueron tremendos. Estuve toda la tarde sin molestias físicas, rota de dolor. A partir de las 23.30 h empezaron dolores, parecidos a los dolores de regla y en un par de horas más tarde, empezaron los dolores desgarradores que soporté. A las 3 de la mañana aproximadamente, me dieron un calmante pero los dolores continuaban, así que le pedía llorando y por favor, a mi marido que llamara a la enfermera, para que me bajaran a paritorio porque no aguantaba más.

A las 5 de la mañana nos bajaron a paritorio y me pusieron la epidural. Seguidamente, me quedé dormida y era lo que quería la matrona para que cogiese fuerza para el momento que me quedaba por pasar. Quiero recordar que la matrona Patricia ya estaba conmigo cuando me pincharon la epidural y no me dejó en ningún momento sola hasta que subí de nuevo a la planta. Estuve dormida hasta las 9 y poco de la mañana, y a continuación, vinieron a verme las matronas y pasó de nuevo el ginecólogo. A continuación, me hicieron un tacto y solo estaba dilatada 1 cm, así que me pusieron la oxitocina a las 9:40 h, y empecé a dilatar. A las 10:50 h, le  dije a la matrona Patricia: “he intentado de hacer pipis y caca porque tenía ganas y no he podido”. Enseguida ella me hizo un tacto y sus palabras fueron: “está aquí ya, venga Rocío aquí mismo en la cama como dijimos verdad”, y dije: “sí aquí mismo, yo no quiero ir con las demás” y me dijo: “mejor aquí mejor, tú tranquila”. En ese mismo momento, me preguntó que quien quería que estuviese y le dije: “me da igual”. Así que estuvieron presentes en el parto, mi marido, mi madre y mi cuñada, los mismos que estaban cuando la matrona me preguntó.

Recuerdo perfectamente a mi lado izquierdo a mi marido y a mi lado derecho, estaba mi madre. Empecé a empujar y en todo momento, la matrona Patricia y una residente de Guadalajara que estaré siempre agradecida por el trato que tuvo conmigo, como persona y profesional. Fue ella la que hizo todo, dirigida por Patricia. En el segundo empujón, me cogí las piernas y me las flexioné, aunque no tenía fuerza, ni sentía las piernas. Y en el tercero y último intento, dijeron: “ya Rocío ya, campeona, etc.”. Eran las 11:15 h de la mañana y nació sin vida mi niña María y enseguida se la llevaron. Yo no paraba de llorar y de llamarla: “Mi niña María, María…”.

Al rato, entró en la habitación otra matrona y preguntó quién la quería ver y ahí fue mi madre directa. No se lo pensó dos veces, ella sí quería ponerle cara a su tercera nieta, que tantas ganas tenía de que viniese a este mundo.
No recuerdo que tiempo pasó, la matrona Patricia me preguntó si quería verla y enseguida le dije que no, intentó convencerme y me dijo que sería mucho mejor para mi duelo y le dije si vosotros me lo aconsejáis, lo haré. Mi marido tampoco quería verla por mí, porque se pensaba que me iba a quedar con mal recuerdo y todo lo contrario. Cuanto lo agradezco. Así que ahí vino Patricia, con mi Maria en los brazos con un arrullo, y cuando me la puso encima, yo estaba muy tumbada y pedí que me incorporaran para poder cogerla bien y verla. Ay!, qué carita tenía mi niña. Me la trajeron con un pijama y un gorrito. Me quedé bloqueada en ese momento, solamente lloraba, y la matrona fue la que me decía: “mira es delgadita como tú y muy larga (medía 46 cm de 37+4)”, ella le destapó el gorrito y me dijo: mira “morenita como tú”. Me enseño sus manitas y sus pies, porque insisto estaba bloqueada y no paraba de llorar.

No paraba de mirarle la carita, tenía mucho pelo negro, los ojos como su padre. Su nariz era chatita y la boca como la mia, tenía el hoyito en la barbilla como yo. Le toqué la carita y estaba calentita aún. Tan bloqueada estaba que ni le di besos. Me parecía como un bebé dormido.
Tengo grabada esa imagen en mi cabeza y no la quiero olvidar, por eso, todos los días, cierro los ojos y pienso en su carita. No tengo fotos de ella, estábamos completamente en otra nube.
Tampoco nos dijeron nada en el hospital, a lo mejor, si me lo dicen de echarle fotos como me dijeron que la viese, a lo mejor, lo hubiese hecho. Pero no me arrepiento ni me siento culpable.
No recuerdo si fue antes o después de ver a mi niña por primera y última vez, cuando vino la matrona con una cajita de recuerdos de ella. La abrí y me encantó, pero sinceramente, en ese momento no supe darle el valor que tiene a día de hoy. Ahí en esa cajita, venía su huella en color tinta lila, su gorrito y tres pulseritas. Es el regalo más valioso que pude recibir aun en esos momentos tan malos, porque es lo único que estuvo en contacto con ella. Me quedo con esos recuerdos y con todo el amor que me transmitió las 37+4 semanas que estuvo en mi vientre y con eso, a día de hoy, me quedo.

A continuación, se terminaba el turno y la matrona Patricia y la residente vinieron a despedirse. Además Patricia, conocía a mi hermana mayor, porque sus hijas estuvieron juntas los 6 años de primaria. Nos abrazaron, nos dieron mucho ánimo y al rato, me llevaron a la habitación.
En esa habitación estuve toda la tarde de ese martes, con muchas visitas de  familias y amigos. Y aún estaba descolocada y no parecía que iba conmigo.

A día de hoy, han pasado 3 meses y medio justamente y aunque he vuelto a mi rutina de mi trabajo, mis tareas de casa, mis paseos, etc. Aún sigo sin creerlo, e intentando tirar hacia delante para no caer en ninguna depresión más. Y digo esa palabra porque se de lo que hablo, estuve depresiva mucho tiempo años después de fallecer mi hermano y estuve descolocada, llegué a perder memoria, concentración, apetito sexual, muchísimo peso, etc. Por este mismo motivo, estuve tan mal psicológicamente, que no quiero ni me permito decaer del todo. Como dice mi psicólogo: “tú no estás depresiva Rocío, tú estás pasando un duelo”.
No quiero terminar mi historia triste y llorando como llevo todo el día de hoy, en los tres intentos que me he puesto a escribir. Voy a terminar como he empezado, con alegría, esperanza y gritando a los cuatros vientos, que la quiero con locura, que la amo, que la adoro y que lucharé por ella. Todo lo hago por ella, porque sé que desde el cielo está súper orgullosa de la mamá que tiene. María, me dará esa fuerza que necesitamos y estará siempre en nuestros corazones.

ROCIO ROSANO

Mamá de María

Carla

Somos Macarena y Carlos, padres de Carla, nuestra única hija que nació muerta el día 29 de diciembre de 2018. 

Nuestra historia está llena de frustraciones mensuales durante años…pues tenemos problemas de fertilidad y sólo pudimos engendrar a Carla gracias a tratamientos médicos después de muchos intentos y decepciones. Fue un embarazo tan buscado y deseado que al enterarnos todo era felicidad absoluta, con todo lo que habíamos sufrido ya nada podría irnos mal, nos merecíamos este final feliz después de tanto tiempo de búsqueda.

Hacia la semana 24 nos dijeron que no ganaba suficiente peso porque la placenta era demasiado pequeña, tendríamos que ir a controles semanales para verificar que recibía suficiente aporte sanguíneo y a partir de la semana 32 habría que hacer cesárea si no ganaba peso.

 Al principio no dejaba de llorar, estaba aterrorizada porque esto no podía estar pasando…no era lo que “tenía que pasar”… siempre me escudaba en que hay mujeres drogadictas y alcohólicas que tienen a sus bebés sanos y yo que me cuido tantísimo, hago deporte y dieta sanísima, después de todo lo que nos había costado tener a nuestra niña, no podía ir nada mal. Así que mi mente se bloqueó en el pensamiento de que nada iba a ir mal. Viví feliz, esas semanas de ecografías siempre eran buenas noticias, ganaba peso poco a poco, aunque siempre menos de lo estipulado, pero lo importante es que no estaba sufriendo y podríamos aguantar unas semanas más para que pudiera madurar mejor dentro del útero.

El día 26 de diciembre a las 5:00 noté alguna leve molestia en el bajo vientre que se pasó en seguida, así que no le dí la mayor importancia, seguí durmiendo. Por la mañana me desperté tranquilamente y a lo largo del día sí que me percaté de que no me dio patadas en todo el día. No le di importancia…estaría cansada, no tendría sitio para moverse…cualquier cosa. Al día siguiente tampoco noté patadas…hice ejercicios a cuatro patas, comí chocolate, le puse música con el móvil…y nada. 

El día 28 de diciembre, en la semana 33, antes de ponerme los monitores en la consulta de alto riesgo el ginecólogo me dijo: “ya te voy a programar la cesárea la semana que viene”. Qué emoción tan grande…en una semana conoceríamos a nuestra niña! 

Pero no duró más de unos minutos la emoción, cuando la enfermera intentó buscar el latido con los monitores. Yo estaba sóla, Carlos se tuvo que quedar en la sala de espera.

Cuando no escuché el latido, ya sabía lo que pasaba, me quité ese bloqueo de mi mente que pensaba que nada malo iba a ocurrir y volví a la realidad, llamó al ginecólogo para confirmar el diagnóstico y así fue…”no hay latido”, como quien dice “hoy hace sol en la calle”, sin tristeza, ni ningún sentimiento de pena…como si le diera igual lo que me estaba diciendo cuando a mí se me acababa de derrumbar el mundo. Llamaron a Carlos y ya cuando él entró empecé a llorar a gritos y desconsolada.

Me quedé ingresada y me indujeron el parto con  unas pastillas, finalmente Carla nació a las 4 de la madrugada del día 29 de diciembre. Nosotros teníamos temor a verla…queríamos que todo terminara cuanto antes y salir corriendo de allí, huir…ese temor hizo que decidiéramos no verla, sólo que se la llevaran y punto, queríamos acabar cuanto antes de todo. Lo que no sabíamos era que nos arrepentiríamos el resto de nuestra vida de no haberla conocido. El mismo ginecólogo nos dijo que mejor que no la viéramos…ahora me pregunto por qué, por muy descompuesta, azul, morada o deformada que estuviera era nuestra hija y la queríamos con locura, estábamos tan bloqueados que no pudimos pensar con claridad y no tuvimos a nadie cerca que nos orientara y nos aconsejara despedirnos de nuestra hija y ejercer como padres en el único momento que podríamos hacerlo. Es la espina que tengo clavada y que siempre me atormentará. Sólo me queda el consuelo de haberla sentido salir de mí, su piel y mi piel, el contacto suave, húmedo y caliente que se queda en mi memoria, el único recuerdo tangible de su paso por este mundo, junto con una ecografía 3d que tengo en mi mesita de noche y que cada mañana acaricio con amor, mucho amor…que al final es lo que me dejó, un valor incalculable de amor.

Macarena y Carlos

Papás de Carla

Inés

El día 15 de octubre de 2018, Día de la muerte perinatal y gestacional a las 9:56 de la mañana publiqué un post en mi página de Facebook sobre psicología haciendo una llamada al reconocimiento del duelo de las mujeres y familias que habían perdido un bebé durante la gestación o después de la misma y me leí la Guía sobre qué hacer en caso de muerte perinatal que la Asociación Umamanita había publicado esa misma mañana.

Yo estaba embarazada de mi hija Inés, de 38+5sdg (semanas de gestación) y nunca imaginé que ese mismo día a las 18:00 horas yo me iba a convertir en una de esas mujeres y mi familia en una de esas familias.

La última vez que sentí a Inés fue de madrugada, tenía mucho hipo y no me dejaba dormir. Me levanté por la mañana y no se movía, pero ilusa de mi, pensé – «Estará dormida. Ahora cuando desayune seguro que se activa. Además tiene muy poco espacio.» Desayuné, pero Inés no se movió, algo en mi me decía que no iba bien. Pero no quise pecar de paranoica. Volví a desayunar, pero tampoco se movió.

Le dije a mi marido que después de pasar consulta por la tarde me llevase al médico porque sentía que algo no iba bien. Me dejó en urgencias del hospital materno y él se fue con mi hijo mayor, porque yo le dije: «seguro que no es nada, pero me quedo más tranquila».

Me hicieron pasar. Me pusieron el doppler, pero la matrona no encontró latido. Me dijo que iba a llamar a la ginecóloga para que me hiciese una eco, que los aparatos a veces no captan el latido por la posición del bebé.

La ginecóloga vino acompañada de dos médicos más. Me llevó a la consulta donde se encontraba el ecógrafo y empezaron a llegar más médicos. Todos miraban la imagen del ecógrafo con cara de circunstancias. Recuerdo a una de ellos, joven a la que se le saltaron las lágrimas. Fue entonces cuando lo supe y pregunté -¿Que no, no?- y la médico me hizo un gesto con la cabeza y me dijo: «No. No hay latido».

En ese momento pegué un salto de la camilla, casi me caigo y los médicos no hacía más que decirme que estuviese tranquila (os recomiendo recordar no decirle a nadie nunca eso de tranquila cuando ocurre una situación que es para no estarlo). Yo solo pensaba para mis adentros que me acababan de decir que mi hija estaba muerta y que podía estar de todo menos tranquila. Recuerdo que sólo decía: «no me puede estar pasando esto a mi hoy. No puede ser.»

Me ofrecieron irme a casa, pero les dije que no, que tenía que llamar a mis padres, mi marido, mis suegros para organizarnos con mi hijo y que viniese mi marido al hospital que yo no me iba a casa. Después de llamarlos yo solo podía pensar en la información de la Guía que había leído por la mañana y una historia que se hizo viral sobre una orca que parió a su cría muerta y la llevó en el lomo durante tres semanas, hasta que ya no pudo más y la dejó ir. Me repetía una y otra vez que tenía que afrontar la situación. Soy psicóloga y es lo que repito en todas las consultas.

Vino mi marido y su tía, que fue matrona. Mientras tanto la médico me dio a elegir si parto natural o cesárea. «Parto natural», respondí.  No paraba de pensar en la orca y su cría y me decía a mi misma que la naturaleza es una gran maestra. Gracias a la vida, apareció también Aroa, la matrona que asistió mi parto y que estaba formada en qué hacer en estos casos. Sentí que hablaba mi idioma, que me entendía y en todo momento me dio opción de lo que hacer y me recomendó lo que era mejor para mí y para el duelo. Le dije que quería hacerlo como ocurre en la naturaleza, como si Inés estuviese viva porque era consciente de que eso me iba a ayudar en mi proceso de duelo, y efectivamente fue lo mejor que pude decidir.

No os niego que mientras dilataba y paría mi mente no paraba de decir «seguro que ocurre un milagro y cuando salga, te la pongan encima y escuche tu corazón, se despertará». Se lo decía a mi marido y él me decía: «Gordi, eso no va a pasar». Efectivamente no pasó. El también me dijo, es impactante que nuestra hija muera un día y nazca al siguiente. Así es. Dar a luz a tu hija muerta es una paradoja de la vida pero es una realidad que existe y ocurre y debemos estar preparadas para ello. A las matronas que conozco las he invitado que hablen de este tema en las clases preparto porque es fundamental saber qué hacer si te ocurre. Pasa muy pocas veces, pero pasa y lo mejor que podemos hacer es estar preparadas para afrontarlo si se da, igual que te hablan de qué hacer si te da una mastitis.

El parto fue una experiencia para mi preciosa, pero sin la recompensa de la vida, de poder mirar a los ojos de mi hija, de escuchar su llanto. Nació a la 13:30.  Me la pusieron encima, estaba calentita. Era preciosa, larga y se parecía muchísimo a su hermano.

Aroa me ofreció que si quería que le tomase huellas de manos y pies y que si quería estar un rato con ella para despedirme, para despedirnos. Le dije que sí, porque sabía que era la única oportunidad que tendría de hacerle fotos, de acunarla, besarla, cantarle una nana y decirle adiós PARA SIEMPRE. También de generar recuerdos con ella que me acompañaran toda la vida.

Hice como la orca. Tuve a Inés conmigo hasta que ya no pude más porque su cuerpo empezó a mostrar signos muy evidentes de la falta de vida. Se despidió de ella, mi marido y mis padres. A las 15:15 del día 16 de octubre llamé a la matrona y se la llevaron.

Pedí que por favor no me pusiesen en una habitación con bebés y lo intentaron, pero como la planta de maternidad estaba de obra,  en ginecología había dos habitaciones con bebés y me pusieron justo en frente. Pedí que me cambiaran, pero obtuve una negativa. Era martes y mi madre se quedó conmigo a pasar la noche en el hospital. La recuerdo muy dura porque me desperté muchas veces escuchando los llantos de bebés que no eran Inés. Me sumía en el llanto, la rabia y el enfado. Cansada y abatida decidí que esa era mi realidad y que había otras realidades. Cuando saliera debería enfrentarme a carritos, bebés recién nacidos, hablar con amigas que parían en el mismo mes que yo, ir a las tiendas donde hay ropa, pañales y cosas para bebés…Decidí que cuanto antes AFRONTARA esa realidad que me recordaba que mi hija no estaba conmigo antes llegaría a la aceptación de lo que ha pasado.

Siento que así está siendo. Afrontar la muerte de mi hija desde el primer momento me está ayudando a atravesar el dolor. Un dolor que a veces es tan sordo, tan profundo, tan hueco que hasta me duelen las entrañas literalmente. Me duele el alma, porque se me ha roto y no hay consuelo. No hay nada en este mundo que pueda consolarme o aliviarme este dolor. Hay cosas que lo agravan. Entiendo que no es mala fe, sino desconocimiento y querer consolar. No ayuda que la gente te diga «ya tendrás otro», «era lo mejor que podía pasar porque después habría sido peor» o «dios sabe porqué te lo manda». Nadie va a sustituir a un hijo o hija fallecido; no ha sido mejor ahora que después porque sea cual sea la edad a la que tu hijo o hija muere es algo que te rompe el alma y «Dios» no manda esas cosas, sólo faltaría.

También he de deciros que a pesar del dolor que la muerte de Inés me ha provocado, ha despertado en mi y en todas las personas que la estábamos esperando ,una ola de amor y de conciencia mucho más grande acerca de lo que realmente importa.  Lecciones de vida, aunque ella se haya ido con 38 semanas y 5 días de vida dentro de mi vientre. Que a pesar de lo doloroso de esta experiencia y del camino que estoy recorriendo me estoy encontrando con mucha personas que aportan luz en medio de este túnel,  hasta que logre atravesarlo. Personas de mi familia directa como mi padre, mi madre, mis hermanos, mis primas o mi familia política mis suegros y cuñadxs, tías, primos; personas que son mis hermanas, tías y primas de la vida que son  mis amigos y amigas y personas que han pasado por experiencias parecidas o iguales a la mía como Ghita, Virginia o Elena.

Para mí, el hecho de sentirme comprendida, respetada, acogida y aceptada en mi dolor y a pesar de él me está ayudando muchísimo.  El que empaticen conmigo y me digan «es horrible, pero el dolor se mitiga con el tiempo», «no sé qué decirte, solo que lo siento muchísimo», «cómo te sientes, cómo estas, aquí estoy». También lo está haciendo mi profesión y sobre todo el altruismo, que como dice BorisCyrulnik «es un mecanismo de legítima defensa para combatir el dolor».

He contactado con mamás que han perdido un hijo o hija gracias a mi matrona para hacer un grupo de ayuda mutua gratuito para personas proceso de duelo por un hijo o hija fallecido durante la gestación o poco después de nacer.  Como psicóloga considero además que es un recurso indispensable y necesario, ya que una vez que sales del hospital habiendo pasado por esta experiencia no existe nada para dar soporte a personas a las que le ha sucedido lo mismo que a mí en la ciudad en la que vivo. Lejos de alargar el dolor o alimentarlo, los grupos de ayuda mutua en estas situaciones pueden llegar a convertirse en un catalizador del proceso de aceptación de la perdida y si no en un apoyo que acompañe durante el proceso de la aceptación de la pérdida. Quiero hacer grupos también de otras temáticas y dedicar parte de mi trabajo a ayudar a personas que han pasado por esto o que tienen problemas para concebir, que tienen hijos con alguna problemática, que sufren depresión postparto o que se sienten inmensamente solas o incomprendidas en el camino de la maternidad. Ésta es mi manera de dar sentido a la muerte de mi hija y a mi vida sin ella, enfocarme en hacer aquello que se me da bien y que me gusta que es ayudar a los demás y en las cosas importantes de la vida.

Una de las cosas que me ha enseñado Inés, es que la muerte no es contraria a la vida, sino que es parte de ella. Que dejarla a un lado no sirve de nada, porque puede sorprenderte en cualquier momento y que aceptarla, es decir, estar dispuesta a que acontezca es el camino para estar en paz con ella. Que tenemos la oportunidad de vivir y que hay que ser consciente de que lo verdaderamente importante es que nos lata el corazón en el pecho y nos entre aire por la nariz. Que lo realmente importante es en qué y quién inviertes tus latidos porque mientras vivamos tenemos la oportunidad de dejar huella. En palabras de mi padre en su carta de Navidad dedicada a Inés:

 » Una huella tan profunda como la de sus manos- que no pude sino besar, ya inertes- que sin embargo dejaron en mi el mayor de los regalos de Navidad: experimentar y descubrir que como afirma Edth Eger- superviviente del campo de concentración nazi de Auschwitz «Lo peor, saca a la luz lo mejor de nosotros mismos».

En mi caso toda mi luz, mi fuerza y mi amor. Su luz, su fuerza y su amor.

Un montón de amor para todos y todas,

Eirene

Mamá de Inés

Antonio

Día 17 de junio… 39semanas de gestación… Dejo de notar pataditas, movimientos… Llego al hospital y me hacen una eco con la fatal noticia de que NO HAY LATIDOS… Entro en shock miles de preguntas… Demasiada información y yo solo me quedo con la frase tenemos que provocarte el parto y parir a tu hijo sin vida… Dormidito… 

Te ponemos la prostaglandina 14:00h y a la vez la epidural para que sea lo menos traumático posible… No nooo epidural no …yo quiero un parto como todas las mamas… En mis 5 sentios y me pondré la epidural cuando sea necesaria a los 5 cm como todo el mundo… Y así fue … Ya que iba a parir a mi hijo quería saber lo que es parir y sus dolores … Y bien que lo supe… 

Recuerdo mucho revoleteo de gente… Muchos médicos,familiares, amigos … Todos en una sala de espera vacía de esperanza … 

Mi marido y yo … Yo y mi marido… Gritos, llantos, manotazos, guantazos, pataleos….y llego el momento de esto está aquí ya 22:20h… Nos vamos a paritorio… Y aunque ya sabes que no, vas con la esperanza que cuando salga llore… Recuerdo el parto más bonito del mundo… La sensación más preciosa que una mujer puede sentir…fue un parto silencioso, no se oía nada solo alguna palabra de ánimo de  los ginecólogos… Y un trae doble vuelta de cordón entre ellos … Salio de mi… Y me lo dieron con su gorrito…. Esa cara de paz…esa tranquilidad,esa serenidad…. Mi hijo ya está aquí…. Ya lo tengo conmigo…. He conocido al verdadero amor de mi vida… Mi Antonio … Lo conoció quien quiso conocerlo cogerlo besarlo y despedirse de el… Un hola  y un adiós …y entregarlo para que se lo lleven para siempre de mi lado…. De nuestro lado.

Hoy podría tener mi niño 4 meses de vida, y los tiene pero en mi corazón… 

Todos diréis y porque cuenta esto? Pues lo cuento porque hay gente que aún me pregunta si pari o me lo sacaron por la oreja…

Porque hay quien aún piensa que tuve un aborto espontáneo a las 10 semanas….

Porque hay gente que aún no sabe que estuve embarazada 9 meses y que me faltaban 4 días para mí fecha prevista de parto…

Porque se especula sin conocimiento de causa…

Y porque tenía la necesidad sin más…

Aún no sabemos qué pudo pasar … Ni siquiera puede que lo sepamos algún día … 

Soy y seré la Mamá de Antonio  toda la vida, eso no me lo puede quitar nada…dar las gracias a todas las personas que se han molestado en saber de mí y a todas las que me han mandado mensajes de apoyo a mi y a mi marido! 🏽🏽 Juntos podremos superar este palo. 

Algún día nos daremos todos los besos que la vida nos arrebató… Te ama mamá

Mamá de Antonio